Hace unos días Elon Musk compró Twitter por más o menos lo que ganaría yo si currara durante un millón de años. De forma casi inmediata despidió a media plantilla, lió la de Dios es Cristo con el tema de las cuentas verificadas y, según lo último que he leído de sus andanzas, avisó a los restantes trabajadores de que se prepararan para currar horas infinitas a máximo rendimiento o que se fueran con tres meses de indemnización... opción esta última por la que optaron cientos de empleados de Twitter xD. Puestos clave para la plataforma desaparecidos en vísperas del Mundial de fútbol, un acontecimiento que suele venir acompañado de picos de demanda en Twitter. Muy hábil, Elon.
Todo esto me llevó hace unos días a plantearme, como muchos otros usuarios de Twitter, abandonar la red social y marcharme a otra. Lo cierto es que llevo relativamente poco tiempo en Twitter. Entré básicamente para llevar la cuenta de la editorial 77Mundos y cuando dejé de colaborar con ellos en junio, reactivé una vieja cuenta personal que tenía desde hace años (desde el 2014, para ser exactos). En estos meses he utilizado la red sobre todo para estar al tanto de lo que se cuece en el mundo del rol (como hacía cuando tenía Google Plus) y también para seguir a algunos periodistas, políticos o científicos interesantes. Pero vamos, estos últimos eran los menos; yo estaba en Twitter básicamente por el frikismo ;).
Estos días se ha hablado mucho de Mastodon como alternativa a Twitter. Estuve investigando unos cuantos días para ver si era interesante y la verdad es que lo que leí me gustó. Mastodon es una red social de código abierto que puede estar instalada en distintos servidores. De hecho, no hay un único Mastodon, sino que cualquiera puede crear su instancia/servidor y tú te puedes crear tu cuenta en la que creas que es más interesante. Podrás ver las conversaciones generales de esa instancia un poco como en cualquier red social, pero también puedes seguir a personas con cuentas en otros servidores, porque todas las instancias de Mastodon se pueden ver entre sí (siempre que el administrador de tu servidor no tenga bloqueados a otros servidores).
Visto de este modo, Mastodon es un poco como un foro, pero con la ventaja de que puedes seguir a gente de otros foros. Es decir, te puedes dar de alta en una instancia dedicada a los juegos de rol (por ejemplo, Mastorol.es) de modo que estarás hablando con gente a la que le gusta el rol, como a nosotros, pero después puedes seguir a periodistas, políticos o científicos que estén en otras instancias más generalistas.
Muchos de estos servidores los administran personas particulares que se encargan de pagar el alojamiento y los gastos del mismo, y también de actuar como moderadores. Es precisamente por eso por lo que comentaba que me recordaban a los foros, que funcionan de modo muy similar (por ejemplo, el foro de rol Comunidad Umbría o el de Nación Rolera). Llevo muchos años participando en foros y conozco como muchos pueden terminar siendo la pequeña dictadura de los administradores y también que muchos aguantan mientras el administrador aguante. Pero me parecen mucho más honestos en el sentido de que están siendo administrados por personas para las que el tema del foro/servidor es importante.
Así que Mastodon en realidad es algo que me recuerda mucho a lo que era en principio internet, con sus páginas web, salas de chat y foros administrados por gente apasionada de un tema. Con la ventaja de que aquí puedes seguir a gente de otros lugares, porque todas las instancias federadas de Mastodon se pueden comunicar entre sí. Echando un vistazo a algunas de estas instancias me di cuenta de que el tráfico era mucho menor que en Twitter, que no hay toots (el nombre de las entradas que escribe la gente) que tengan miles de interacciones... y que la gente que lleva tiempo en Mastodon lo prefiere así.
Confieso que estuve a punto de abrirme una cuenta en Mastodon, sobre todo cuando me enteré de que había un servidor en español sobre rol; no me importa escribir o leer en inglés, pero hay ciertas personas que sigo en Twiter ahora mismo que creo que terminarían cayendo en ese servidor. Que tenga menos tráfico y que no haya un algoritmo para mostrarte lo que el algoritmo se piensa que quieres leer me parecía ventajas y no inconvenientes.
Pero al final no me abrí la cuenta.
Y no lo hice porque en los cinco meses que estuve en Twitter con mi cuenta personal y los años que estuve llevando la cuenta de la editorial, Twitter se llevó demasiado tiempo de mi vida. No llegué nunca a instalarme la app de Twitter en el teléfono móvil (igual que no tengo la de Facebook o la de Instagram), pero aun así accedía vía navegador a echar un vistazo a mi cuenta todos los días. Tengo instalada una app en el móvil que me dice el tiempo que he pasado en el móvil cada día, que me cuenta que, cada día estoy unas tres horas y media enganchado al aparatito. Desde que dejé de entrar en Twitter hace una semana, la media de acceso diario ha bajado a las dos horas y media, más o menos. No hay que ser un genio matemático para deducir que cada día me tiraba como una hora dándole para abajo a la línea de tiempo de Twitter, entretenido mirando a la gente charlar de sus cosas y contando mis mierdas de cuando en cuando.
Y es que hay que admitir que engancha. Engancha soltar una reflexión (o una parida) y que al instante tres o cuatro personas digan que les gusta lo que has escrito, y luego suba a un par de decenas de personas a lo largo del día si la cosa ha gustado mucho. También te llegan cosas interesantes que no tienen que ver con tus aficiones sino con las de otros. Pero al final, de este modo, cada dos por tres estás sacando el móvil del bolsillo y dándote una vuelta por tu Twitter, tu Telegram, tu Whatsapp, tu cuenta de correo, la página del periódico...
... ¿no os ha pasado alguna vez que notáis que el móvil os llama, como el Anillo Único llamaba a Bilbo o a Frodo desde el bolsillo de su chaleco de hobbit? Y del mismo modo que los señores Bolsón, muchas veces simplemente miramos nuestro tesoro, lo acariciamos y perdemos la noción del tiempo viendo cómo brilla.
Estos días estoy viendo a mucha gente en la tele a la que les preguntan si pasan tiempo en Twitter y qué sentirían si cerraran la red social. Muchos de ellos te dicen que si lo hicieran se sentirían fatal porque dejarían de estar conectados con su gente.
Pero en fin, no sé vosotros, pero yo el viernes me fui con mi familia a las navidades mágicas de Torrejón (y estuvo muy bien, a pesar de que yo para eso de la Navidad soy más bien el Grinch), ayer estuve en la casa nueva de un colega que conozco desde el colegio y hoy me voy a comer con unos amigos que conocí cuando vivía en Santa Eugenia. Vale que no todos los fines de semana son tan animados, pero yo no necesito las redes sociales para tener vida social. Es más, las redes sociales me quitan tiempo para hacer muchas otras cosas.
El filósofo Franco Berardi dijo en una ocasión que «existe un malentendido a propósito de la riqueza. Pensamos que la riqueza es una acumulación de bienes cuando en realidad es el disfrute de los bienes. Lacan habla de la continua estimulación del deseo que no encuentra placer. Ese es el corazón de la infelicidad contemporánea». Desde que dejé de colaborar en la editorial y me quité de encima muchas responsabilidades, estoy redescubriendo un mundo de actividades que hacía mucho que no realizaba. Me he leído aproximadamente dos docenas de libros en estos últimos meses. Cada hora pasada leyendo me ha resultado más reconfortante que una hora pasada en las redes sociales, consumiendo lo que el algoritmo quería que consumiera en lugar de lo que yo quería.
Estoy convencido de que habrá gente que disfrute con las redes sociales, a la que no le importe invertir horas y horas navegando y interactuando a través de ellas. Yo ya no lo hago. No me interesa. Me es suficiente leer el periódico al que estoy suscrito para enterarme de lo que sucede en el mundo, tengo un par de webs donde se habla de política y ciencia que me interesan y tengo amistades en el mundillo con las que hablar del mismo. Y trescientos o cuatrocientos libros en la buhardilla pendientes de leer.
Os dejo las redes sociales.
Saludetes,
Carlos